La cabeza del Chiguagua aflora entre el caos de patas y a la altura del muslo anfetaminico del Pitbull ese, que camina perfectamente paralelo al Beagle casi bordo, de familia Ingals supongo, que olfatea con fervor el anillo del culo rosado de un perro con chasis desconocido pero bien peludo (de esos que alguna vez pensé hacerlos pantufla). A su vez la vorágine se podría exponer en aproximación, reconstruyendo la serie donde los puntos resaltados serian: un Fox terrier de ojos aconfitados, otro muy símil, con ojos de botón cocido, un Pastor Catalan con defectos de pisada, y haciendo de puntos intermedios los perros marca perro (conjunto entre los cuales y como esbozo de idea mínima y política me atrevo a incluir a un pequines)

Bueno, entonces la imagen a reconstruir es esta.

El afloramiento de cadenas, sogas y otras tiras, de la mano de un paseador.
De un paseador que toma el riesgo de cruzar su huracán de soretitos surtidos y meos demarcadores, de un lado a otro de la calle paraguay, no por la esquina y por ende, toma el riesgo de que la foto simpática se convierta de manera violenta y por el planchar de un colectivo de la línea 124 (de la compañía Plaza paradójicamente), en un perfecto ramo de perros, en el plano horizontal, un tulipan de culo rosa y una margarita peluda, a modo de ejemplo, o si se quiere, el paseador de frente chato, con un pixel formativo de asfalto, interpretando un papel de globero, levitando gracias a estos entre ambos margenes circulatorios.
Se correría el riesgo de que la chica del edifico inmediato, un poco miope, del piso nueve, interprete esto como un gesto de cariño, dirigido en exclusiva a su particular persona.

Sin ir mas lejos, bajaría, transpirando la escalera caracol y abrazaría al fiambre, y le hablaría al oído. Lo besaría, con pasión, alegando primeros auxilios y finalmente, el paseador, ahora si, dejaría de hablar solo.